Parece que, tras treinta
años de estado autonómico, la sutura que une a las nacionalidades periféricas
con el Estado Español corre serio riesgo de romperse por donde con menor
violencia se había producido la herida. Quién diría hace un par de décadas que
el gran órdago al poder central iba a venir no de la desangrada Euskadi, donde
una organización luchaba por la independencia con denuedo, bombas y
metralletas, sino desde la pacífica y sibilina Cataluña, que había auspiciado
en plenos años 80 un proyecto de Estado a escala española con motor catalán:
recordemos que en la conocida como “Operación Roca” el político convergente
Miquel Roca fue candidato a la presidencia del gobierno desde las filas del
Partido Reformista Democrático, una formación hermana de CiU promovida por el
poder económico español.
La nueva ola de
independentismo catalán es un fenómeno complejo en el que intervienen factores
muy diversos, sociales, políticos y económicos, de los que se ha escrito y
hablado prolijamente durante estos últimos días. En relación con los primeros,
los factores sociales, me gusta la idea que ha destacado Josep Ramoneda sobre
el cambio generacional: buena parte de la actual población catalana ha crecido
en un ambiente cultural y político abiertamente proclive a la concepción de
Cataluña como una nación. Las razones de índole política tienen un origen tan
remoto como la concepción del estado autonómico que consagra un encaje
marcadamente uniforme en el Estado para todas las comunidades autónomas (pese
al fracaso de la LOAPA de 1982) y encuentran su epílogo en la sentencia del Tribunal Constitucional
(junio de 2010) contra el Estatut de 2006. Pero la guinda la ponen las
motivaciones económicas, precipitadas en un contexto de crisis que ha
contribuido a asentar como “verdad social indiscutida en Cataluña” (Ramoneda
dixit) el perjuicio económico de permanecer en España.
Si bien la manifestación
del pasado 11 de septiembre vino alentada por el gobierno de la Generalitat , algo que
han destacado muchos comentaristas es que el movimiento ha desbordado las
expectativas de los políticos que la apoyaron. Literalmente, dicen algunos, el
asunto se le está yendo a CiU de las manos. Esta consideración sirve para,
desde una perspectiva vasca, hilar algunas reflexiones sobre las similitudes y
diferencias entre los secesionismos vasco y catalán. Lo primero que destaca por
si solo es el papel de la violencia política en ambos procesos: pase lo que
acabe pasando en Cataluña, el independentismo vasco de izquierdas tendrá que
acabar por reconocer que ETA no ha servido absolutamente para nada a sus
aspiraciones. Es duro constatar que cuarenta años de actividad sanguinaria y
sufrimiento (propio y ajeno) han sido totalmente estériles, que al punto al que
se quería llegar se podía acceder por vías mucho más inocuas y efectivas. Tengo
la esperanza de que los acontecimientos de Cataluña sirvan al menos para
suscitar esta reflexión en las conciencias de los líderes, pasados y presentes,
de la izquierda abertzale (que se exprese ya es otro cantar).
Hay una segunda gran
diferencia entre la presente oleada independentista catalana y el secesionismo
vasco: la primera es, con matices por supuesto, un movimiento cívico, una
corriente “de abajo a arriba” que, larvada por los factores al principio señalados,
acaba por arrastrar a los partidos hasta más allá de donde tenían previsto
llegar (sea CiU, sea el mismísimo PSC o incluso ERC). Por el contrario el
independentismo vasco, a expensas de lo que acabe ocurriendo en los próximos
años, es un movimiento fuertemente politizado y monopolizado por partidos
políticos: especialmente por las formaciones y siglas que se adscriben o han
adscrito a ese conglomerado que llamamos “izquierda abertzale”, pero también, y
a bandazos según conveniencia electoral, por el PNV.
A riesgo de equivocarme
dudo que en la Euskadi
de hoy pueda producirse un clamor cívico favorable a la independencia similar
al catalán (aunque dicho sea de paso, el crecimiento de éste parece haber sido
sorprendentemente acelerado). En cualquier caso y como hipótesis para
considerar con mayor detenimiento me atrevo a aventurar que, ante similares
condiciones sociales y políticas a las que se dan en Cataluña, dos factores,
entre otros, contribuyen a explicar la contención del independentismo vasco
entre los mismos nacionalistas: primero, la autonomía fiscal, que nos ha
salvado de la proliferación de ese sentimiento de agravio económico que con tanta fuerza ha
prendido entre los catalanes, incluidos los no nacionalistas; segundo, la
existencia del fenómeno terrorista, que ha alejado a una enorme proporción de población
de todo signo político de unos postulados que ETA estaba dispuesta a defender
con tiros en la nuca y coches bomba. Así pues, el antes conocido como MLNV puede
apuntarse en su haber su contribución a apagar la mecha de un independentismo cívico.
Patética paradoja, ¿no?
Creo que la diferencia fundamental entre las manifestaciones explícitas de los nacionalismos catalán vasco tiene un orígen económico. Nosotros tenemos el Concierto Económico y ellos no (dicho sea de paso, que cuando pudieron plantearlo -en la transición- no quisieron hacerlo; no les interesó). En el País Vasco, nuestro régímen económico ha servido -a mi entender- no sólo a un autogobierno responsable y, en cierta medida, holgado, sino también a atemperar las manifestaciones independentistas. Por otro lado, la cesión creciente de las soberanías nacionales al ente comunitario (UE)desdibujan el alcance y "urgencia" de las aspiraciones independentistas.
ResponderEliminarDe todos modos, si de la exitosa manifestación catalana surge un régimen económico especial para la Generalitat, resultaría que las comunidades vasca y catalana tendrían mayor semejanza (ausencia de terrorismo y regímenes económicos especiales) y es muy posible que ésta circunstancia propiciara impulsos paralelos para las aspiraciones independentistas de ambas comunidades.
Creo que aportas varias ideas muy interesantes sobre las diferencias de planteamientos soberanistas entre una autonomía y la otra. En primer lugar, aciertas plenamente con el hecho tan diferencial de que en Cataluña no haya tenido que convivir con el terrorismo. Así, una de las cosas que más llamo mi atención al llegar a Barcelona, fue la ausencia de presión política, social y mediática respecto a la ideología política de cada uno. Si la hubiera, nada que ver sobre como bien dices el papel de la violencia y sus subsiguientes daños colaterales con los que hemos habido de convivir en Euskadi. Esta ausencia de conflicto permite una convivencia mucho mas sosegada que en la mayoría de poblaciones de Euskadi. Gracias a lo cual el pueblo catalán, sobre todo desde el fin del franquismo, ha podido desarrollar una sociedad civil y política mucho menos fraccionada, y por ende mucho más sosegada y pacífica a la hora de revindicar sus aspiraciones soberanistas.
EliminarEn relación al sorprendente incremento de una corriente tan masiva con sentimientos de independentistas, amén de una cultura y una lengua claramente definida, arraigada y muy extendida, existe desde hace muchos años y ahora más con la crisis, una hecho irrefutable. Cataluña respecto al Estado recibe menos de lo que da y eso duele mucho, más aún en tiempos de penurias y recortes. Ciertamente como Chelis comenta, los políticos catalanes no fueron muy hábiles (cosa extraña por otro lado) a la hora de pasar por alto el concierto económico. Aspecto, por el cual miran a Euskadi con indisimulada envida.
Después de la respuesta del otro día, CIU suspira más que nunca por un codiciado pero difícil pacto fiscal y tiene más fundamentos que nunca para luchar por el. Sin embargo, también tiene la pelota en el tejado, puesto con la masiva presencia de manifestantes el día de la Diada, permite pensar que en sus filas hay muchos votantes que se inclinan hacia un estado independiente, y que quizás podrían encontrar cobijo en otras fuerzas políticas que se desmarcan de la ambigüedad con la que siempre han flirteado los dirigentes de CIU y tan familiar en sus colegas del PNV, que sin embargo ha podido jugar con la ventaja de tener la autogestión económica asegurada. Me gustaría añadir como conocedor de las dos culturas, que los catalanes sienten una profunda y sentida admiración por el pueblo vasco. De la misma manera, puedo decir que el pueblo catalán tan arraigado a su idiosincrasia, es una sociedad tolerante y con una ejemplar capacidad de integración.
Lutxo
Agradezco estos dos comentarios, que pienso complementan muy bien lo que se expone en el post. Chelis abunda en el peso de la autonomía fiscal y Lutxo, vasco asentado en Cataluña, en la crucial importancia que la ausencia del terrorismo ha supuesto para la convivencia pacífica entre diferentes sensibilidades políticas. Lo que pase está por ver, pero pienso que al contrario que en Cataluña la huella de tantos años de expresión de las aspiraciones independentistas mediante la violencia y la extorsión perjudicará la consecución de un consenso social en Euskadi. Con lo cual dudo que ambas comunidades puedan llevar caminos paralelos en la búsqueda de una solución, al menos mientras la izquierda abertzale siga apelando a la amnesia colectiva para eludir y minimizar su responsabilidad en el drama en el que ha tenido sumido a este pueblo.
EliminarAñado coo anécdota que, según me comentó un amigo catalán, no llegaron a firmar concierto porque Pujol estiró demasiado la cuerda en las negociaciones y la cuerda se rompió. No se que habrá de cierto. Desde luego, en mi opinión, fue una tremenda torpeza dejar escapar esa posibilidad que mira lo que le está pesando hoy al pueblo catalán.
EliminarPeriko